jueves, 5 de julio de 2012

Un sueño tibio para los dos.

Sí, aún lo recuerdo muy bien. Sin poder llegar a la habitación, comenzamos a sacarnos la ropa. El beso ya había cumplido su parte en el asunto. La humedad se deslizaba hasta el goteo. Primero fue contra la pileta de la cocina. Agarrada al mármol caliente de febrero, me daba la espalda. Mi ojos se posaron sobre su espalda desnuda y suavemente descendí hasta arrodillarme a sus pies. No puedo recortar y recordar algo trascendental del contexto, qué música sonaba o qué habíamos hecho aquel día, solo recuerdo los momentos atados a nuestros cuerpos, a su perfume y al mío.

La tomé de la cadera con ambas manos y fue hasta llegar a su entrepierna, que recorrí con la lengua cada instante de su piel. Sentir la vibración de su cuerpo en mi boca es ir un paso más allá en el conocimiento de mis límites de calentura. Podía percibir cada reacción de su cuerpo, a los movimientos de mis labios y mi lengua. Manteniendo sus piernas en el mismo lugar, miraba por sobre su hombro para tomarme del pelo, hacer fuerza y tirar. Gritaba, me insultaba.

Se paró y se sentó en la mesada, ya completamente desnuda. Me arrastró hacia ella, y tomándome del cuello, nos besamos. Casi que puedo sentir la sensación de su lengua en mi boca, explorándome, exigente y demandante.

Se sentó con mayor comodidad abriendo su cuerpo, dejándolo a mi disposición. Me tomó la pija y llegó el pedido, su necesidad, la mía. Sus piernas enmarcaron mi cintura y teniendo que elevarme un mínimo en puntas de pie, comenzamos a coger.

La ventaja más evidente de esa situación, era poder tener todo su cuerpo de frente para el disfrute de mi mirada. Sus piernas caían sobre mis hombros. Arremetía con fuerza y profundidad. En sus ojos podía verse el fuego de su calentura. Me suplicaba con los ojos y yo la entendía a la perfección. La velocidad aumentaba y la intensidad no disminuía. Ninguna pared podía soportar esos gritos. Para mi perversión, nada era tanto como oírla gemir.

Me detuve por un momento para apreciar su figura. Me detuve para ver como temblaba. Para regodearme en los espasmos de placer que tiritaban su cuerpo. Se paró. Bajó al piso nuevamente y con lentitud, caminó unos pasos hasta la mesa. La miré cautelosamente. Con cuidado, corrió cada cosa que había y se recostó plenamente. Con la misma lentitud caminé hacia ella y una vez ahí, me dijo: "Ahora sí."

El resto y hasta el final, fue salvaje. La altura ahora era perfecta. Su concha estaba empapada y mi pija se abría camino con mucha facilidad hasta hacer tope una y otra vez.

Cogimos esa noche, sí.
Cogimos donde hacia un rato teníamos nuestra comida. Donde al día siguiente sus amigas tomarían mate.
Cogimos como solo nosotros cogíamos. Así de bien.



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