En contra de todo pronóstico pensado, el brotar de sus lágrimas no tuvo mayor efecto en mí, que explotar un morbo siempre latente. A medida que se deslizaban por su mejilla, la locura emanaba. Y en unos instantes, solo quedaban dos cuerpos acabados en un negro sillón.
"Las circunstancias del lugar donde estaba haciendo el amor no eran las tradicionales, la primera vez que descubrí mi punto G fue impactante y me provocó un llanto, pero no de pena, sino de alegría, de gozo de placer, fue un poco angustiante porque sentía que venia o que había algo y cuando llegué al orgasmo fue como una liberación muy grande, una suerte de descompresión."
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Despierta mi curiosidad el hecho de que sensaciones tan opuestas como el pináculo del placer, roce con aquello que es la última parada del mayor simbolo de tristeza: las lágrimas como manifestación del sentir. Sin embargo, las lágrimas suelen brotar de nosotros por distintos motivos: Enojo, frustración, pena, felicidad inclusive. La ecuación se iguala de ambos lados, pero no deja de parecerme curioso y por sobre todas las cosas, placenteramente morboso.
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