martes, 21 de julio de 2009

En él.

Entró rápidamente. Determinado, nadie se enteraría jamás. Sabía muy bien lo que quería. Todo se movía ante sus ojos que comenzaban a mudarse de órbita apenás lo acarició. Su cuerpo vibraba escalofríos de placer que recorrían la superficie de sus nervios.

Con la yema de sus dedos podía palpar cada poro que brotaba de su piel. La mano como puño y el primer gemido saltó de la punta de su lengua. Sordo como bullicio fue el suspiro al aire. Nadie podía oir nada, la danza continuaba allá afuera.. y adentro.

La palma de su mano acarició el frio azulejo de mayo, no había de donde agarrarse tras semejante presión. Los segundos pasaban y sus dedos se deslizaron dentro suyo. Los gemidos se hicieron canción y todo su cuerpo danzaba al compás del estímulo al alma. La sensación no era nueva en él, pero la droga lograba llevarlo todo al límite, a él y a su cuerpo estremeciéndose.

Aceleró el pasó y la punta de sus dedos tocaban fondo. Una y otra vez procedía ante una situación que no tenía retorno alguno. La mano que buscaba apoyo encontró por último su pija dura, expectante. Sus manos ocupadas y su mente en otro lugar. Su cuerpo allí y su cabeza en algún lugar de la galaxia.

Por última vez, aumentó la velocidad. Sus ojos fuera de órbita. Su cuerpo se aferró a lo etéreo del placer. Un cuerpo completamente acabado era el resultado final de la atención máxima que se puede alguien dar.

Los dedos de una mano entraban y salían. La otra se dedicaba en última instancia a subir y bajar frenéticamente para dar la estocada final. La nada era nada, su pináculo lo fue todo.

Un cuerpo complemetente extasiado y una mente sumergída en lúcuma de placer. Solo eso quedó de él. Esa noche ya nada más podía entrar en su cuerpo, solo la música hecha partículas de colores, placer y psicodelia.



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miércoles, 15 de julio de 2009

Amor

Solo quiero sumergirme en vos.
Ser etéreo con tu sabor a eternidad.
Tu piel se mezcla con cada partícula de existencia en mí.
Te respiro en cada instante, hasta la última gota del todo.
Sin vos no soy yo.
Sos todo lo que se puede pedir en este espacio fino.
Y más.
Me perteneces así como te pertenezco.
Salgo de vos.
Sos mi madre y mi hijo, sos mi todo.
Y más.

A vos te doy las gracias, flor, ser, destino, alma.
A vos te doy mi vida.
Hoy, a vos me entrego, VIDA.



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jueves, 2 de julio de 2009

Solo unos niños jugando.

Conversábamos descansando en la cama. La charla divagaba entre viejas y actuales experiencias. Amores baldíos y deseos no correspondidos. A pesar de que la cama era bastante grande, estábamos cerca. Charlábamos mientras jugábamos con los dedos de nuestros pies, hacíamos muecas y nos hacíamos cosquillas a pesar de que ella sabía que yo no tengo. En ese juego, iba a salir perdiendo, siempre.

Recostado boca arriba podía ver como desde el techo de su tenuemente iluminada habitación verde, colgaban unos pequeños adornos con los cuales nos pusimos a juguetear. Como dos pequeños felinos entretenidos con sus distracciones, charlábamos y nos mezclábamos con ese aroma tan propio de ella, tan adictivo a mi percepción.

La música empezaba a jugar un papel importante en el ambiente de relajación. La charla comenzaba a perder frecuencia y el lenguaje verbal se desvanecía suavemente dando lugar al lenguaje corporal.

Los juegos con los pies transformáronse en caricias, y como quien no quiere la cosa, se acomodó recostada dándome la espalda en posición fetal. No podía seguirle el juego, poníamos en riesgo una enorme amistad. Dudé unos segundos viéndola mecerse en la cama, como invitándome a darle calor con mi cuerpo, invitándome a que la envuelva en mi aura y que juntos seamos uno el confort de nuestros cuerpos. Dudé unos segundos, y me negué.

Me senté en la computadora y la escena anterior parecía haber quedado atrás. Cambié la música para volver a la situación amistosa una vez más. Un poco de sonidos más moviditos ayudarían.

Comencé a leer, entretenerme con otras cosas en la computadora y tras decirme que tenía algo que mostrarme, se reincorporó para unirse a lo que yo hacía sentándose encima mío.

Unos juegos era lo que quería mostrarme aparentemente. Eludiendo el hecho de que ella estaba sentada arriba mío, cosa que en años jamás había ocurrido, se puso a jugar y a mostrarme. Se acomodó como el gatito que toma lugar en su almohada favorita. Como sentándose en ese sillón que tanto nos gusta, con pequeños meneos de cadera hasta encontrar la posición perfecta, fue que se posicionó en mi.

Los minutos pasaban y yo la miraba jugar. Ella sin quitar la vista del monitor, como a ritmo del mismo juego, se balanceaba, se movía muy lentamente. La situación levemente, y sin nada puntualmente sexual, se volvió un volcán con amenaza de erupción. Los movimientos dejaron de ser Tan sutiles para dar lugar a pequeños saltos sobre mi pija que a esta altura, rozaba los puntos más altos de dureza.

Intenté tomarla por los hombros para serenarla un poco, aquietar sus movimientos. Pero con las manos allí, ella no hizo más que pedir que le haga masajes.

Fui lo más frío que pude con los masajes. A los pocos minutos ella ya exhalaba unos pequeños gemidos que penetraban en mi oído con sensualidad digna de una experta en la ciencia de la libido. Podía sentir en mis manos como su cuerpo se relajaba y se entregaba a mis dedos y a mi cuerpo que la contenía.

Sentía que la situación se escurría, que cada vez menos podía hacer para que el tren no perdiera el rumbo del celibato entre ella y yo. Quise detenerme con todo, pero aquí es donde me dí por vencido.

Me tomó de ambas manos, y en esa posición con su espalda ante mis ojos, rodeó su cuerpo con mis manos hasta apoyarlas sobre sus dos pechos que aguardaban ser acobijados.

A mi me gustan los masajes acá susurró.

La situación se había entregado a mí. La resistencia era un plan pasado y comencé suavemente a acariciar sus tetas que siempre había mirado yo de lejos. Se sentían muy bien. Acariciarlas tras esa fina remera era como sentir prácticamente su piel erizándose antes mis manos que tímidas, comenzaban a entrar en calor.

Su mano volvió a tomar la mía. Estaba vez el destino fue su entrepierna y allí me perdí. Sin que lo note, deslizó su pantalón y su bombacha hasta ese piso brilloso y de madera. Mis dedos podían palpar ya la humedad de su sexo. Uno, dos, tres dedos jugaban en ella, que bañaba mi piel con sus tibios flujos.

Se quitó la remera y me pidió que bese su espalda. Mis labios, mi lengua y mis dientes recorrieron con intensidad cada centímetro de esa espalda ahora vacía. Se dio vuelta y en completa desnudez, tomó mi cabeza con sus dos manos, para ubicar mi boca suavemente justo entre sus tetas. Jugué allí un rato, y entre gemidos transformados en gritos y cuerpos preparándose para la fusión, me fue quitando la ropa, prenda por prenda hasta que nuestras pieles se unieron por completo al unísono

—Ahora te toca jugar a vos.— dijo mientras se desvanecía hasta mis pies, para dejar mi vista clavada en el monitor una vez más.

Mi pija quedó frente a su cara, la cual contemplaba como la cabeza latía de impaciencia. Mi respiración aumentó vertiginosamente ante ella que tras recorrerla con la mirada unas cuantas veces, pasó su lengua desde la base y hacia arriba, para finiquitar su recorrido introduciéndolo entero en su boca.

Con su lengua envolvía una y otra vez mi pija empapada y muy marcada. Su mano subía y bajaba a medida que su boca iba entrando y saliendo, llenándola con su saliva y mis flujos.

Mientras que con una mano continuaba pajeándome a una velocidad moderada, con movimientos no muy rápidos pero sí profundos para no perder el ritmo, con la otra comenzó ella a pajearse.

Sus gritos una vez más invadieron sórdidamente la habitación y esta vez fui yo quien no pudo contenerse en lo absoluto.

La paré del piso y tomándola por los brazos, la puse de espaldas a mí contra el escritorio. Arqueé un poco su espalda para una mejor visión y tras arrodillarme y escupir su concha y su culo, la penetré tomándola por los hombros.

Los movimientos eran bruscos, nada sutiles. Mi pija entrando y saliendo de su concha era lo único en lo que podía concentrarme. Mis ojos se daban vuelta mientras sus gritos tapaban la música y cualquier sonido que nuestra piel pudiera generar.

Ahora ya nada importaba, ninguna amistad, ninguna seducción. Ahora ella se daba vuelta y eran nuestros cuerpos enfrentados las estrellas de la escena. Ahora era yo quien estaba contra el escritorio y ella arrodillada frente a mí, decidida a tomar el protagonismo una vez más.

Tomó mi pija muy fuertemente y hasta no sentir cada gota de semen regada por su cara, hasta no sentir la leche caliente en su piel, no se detuvo. En una vorágine de energía, acabé como pocas veces lo había hecho. Toda sobre su cara como ella lo deseaba.

De abajo me miraba, con esos ojos que de libidinosos nada tenían ya. Bañada en mí, lentamente se incorporó. Me tomó de la mano y lo único que atinó a decirme fue:

"Si toda la infancia jugamos juntos, ¿Por qué habríamos de dejar de jugar ahora, no?"



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