Me gusta cuando estás calienta y decidida. Te desabotonas el jean y te sentás en la computadora. Un par de segundos más tarde la pantalla te regala las palabras que buscabas. Me encontrás en mi estado más animal. Estás muy contenta de verme otra vez y tus ojos comienzan a brillar como sedada por la más fina droga.
Abrís las piernas y comenzás a leerme. La idea de indagar en cómo me cojo a otras se vuelve manjar en tus labios rosados. Empezás frotándote por sobre el pantalón. La textura del pantalón es muy dura y la ansiedad te gana. Te lo bajas hasta sacártelo y apoyar tus pies sobre él.
Ahora sí, la palma de tu mano sobre la tanga da el alerta a tus percepciones. Está latiendo y sentís que es el pie perfecto para empezar a pasar los dedos por sobre tu ya mojada entrepierna. Primero un poco de fricción y después como quien no quiere mucho la cosa, corres un poco la tela para mojarte bien los dedos.
Ya está, estás lista. La concha bien mojada, el clítoris bien hinchado y la mano empapada de tus propios jugos son los actores principales de tu obra. Te sacas la tanga y sin preámbulos, dos dedos tocan el fondo de tu sexo. El gemido corta el aire espeso de tu habitación en dos y luego callas.
Tus ojos van al ritmo de tus dedos. Una, dos, tres oraciones y arremetes en vos. Primero uno, después dos, y para el tercero o cuarto párrafo ya estás con tres dedos adentro. El ritmo jamás fue lento como tampoco tu lectura. Tu respiración es agitada, tu corazón galopa destellante, alimentando la adrenalina. Lees como el famélico devora sus migajas. Tenés sed de sexo y tus dedos son la evidencia de ello.
El pulgar acalla tu clítoris mientras el resto de tu mano te catapulta en dirección al paraíso del orgasmo. Te importa poco si el texto estaba bien escrito, si te gustó o no la poesía en él ó lo que fuere. Viniste a buscarme como lo hacés todas las noches y me encontraste.
Apagas la computadora y te recostás en tu cama, desnuda y acabada. Por unos segundos, te pones a pensar si algún día escribiré sobre vos y esos labios rosados que tanto sabes que me gustan. Finalmente la intriga te vence y antes de sucumbir al sueño, me envías un mensaje con tu deseo. En el medio de la noche leo tu mensaje de desesperación y solo puedo atinar a responderte: Tal vez mañana sea tu día de suerte.
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