martes, 2 de noviembre de 2010

Mi sonrisa en tu fotografía.

Llegan momentos en donde lo único que me gustaría hacer es simplemente, despegar. Despegarme de vos. Que te despegues de mí. Porque a pesar de la distancia, de vivir en otro barrio, en otra ciudad, prácticamente en otro mundo, todo es sustancia inflamable y pegajosa que me deja quemado e impregnado a tu piel. La imagen en mi retina rechina junto a los dientes que mascan incesantes junto a tu contorno imperfecto.

Mi vida sigue a pesar de la ausencia y así la tuya hace lo propio. Pero estás ahí, y yo también estoy. Tal vez sigo estando en tu mesa de luz, tal vez no, no lo creo realmente. Vos estás acá más cerca de lo que me gustaría y tan lejana a la vez, que me gustaría solo atarte a mis costillas para saberte pegada, húmeda en piel y entrepierna.

Pero no. Leo a otro a través de tus palabras y en altar invoco la angustia. La que producen tus dedos que supieron atravesar con profesionalismo mis más perversos y profundos placeres.

Tal vez solo sé crear galaxias en mi nexo, en mi cuerpo y en mis tejidos. Tal vez como el cuento dice, las cosas no son siempre lo que parecen. Y si realmente nada es como el pequeño ser gris en mí me hace creer, tal vez este deba ser el final de mis palabras, tal vez solo hasta acá tiene que llegar lo que no puedo dejar de bajar desde Venus. Tal vez tenga que dejar de pensarte y escribirte.

Lo haré. Justo ahora.



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