A medida que pasa el tiempo, esa sed no se detiene. En vez de menguar tanta vorágine, tanta adicción por nuestra piel, nos volvemos más íntimos, más necesitados. Cuento los días para cerrar la puerta de ese departamento y contra la pared sumergirte en mi más perverso deseo. Cuento los días para desnudarte, para que me pongas ese culo hermoso y bien parado en la cara para que te lo chupe.
La semana pasada finalmente hicimos lo que tanto quería. Primero nos besamos. Suave, lento, un beso pasado en erotismo. Me palpaste sobre el pantalón y diste el primer golpe.
Sabes que tus besos me ponen así. Tus besos son como un interruptor: encendido, apagado. Te arrodillaste y me sacaste la ropa, arrancaste el bóxer y me miraste desde ahí. A puño cerrado la tomaste en tu mano derecha y colocándote bien por debajo, pasaste la lengua desde mis huevos hasta la punta de mi pija para terminar metiéndotela en la boca. Así fue como empezó todo. Me pajeabas y te dedicabas a oírme. Sé cómo te pone eso.
Acelerabas y me aceleraba. “Ni se te ocurra acabar, hijo de puta”, dijiste mirándome a la cara desfigurada. Te ayudé a reincorporarte. Arrodillado te saqué la ropa prenda por prenda. Amo jugar desde ahí con tus labios bien hinchados. Con las dos manos me agarrabas bien fuerte del pelo. A veces me tiras para atrás solo para verme a los ojos algo desorbitados y ver tus jugos que saboreo en mis labios, pero luego me sometes de nuevo y yo incursiono nuevamente en tu concha tan delicada.
Si existen paisajes que logran colmar de lleno mi mirada, sin duda uno de ellos es aquel que tenía enfrente. Desde abajo podía ver el recorrido entero de tu cuerpo. Paseando por tu vientre, atravesando mis ojos entre tus tetas, para llegar a tu mirada que habitaba una galaxia lejana. Me tirabas del pelo y yo me dejaba. Introduje dos dedos que rápidamente se sumergieron en tu sexo, tu placer. Aumentamos la velocidad y el vortex cada vez iba más rápido. Acabaste en mi boca.
Ahí estabas ahora. Contra la pared dándome la espalda. En primer plano, esa piel tersa, ese culo que me desvive y justo sobre él, un tatuaje que coqueteaba con mis ojos perplejos. Vos, yo, nuestra desnudez y la mesada de tu cocina en donde esta vez, apoyabas las manos firmes, invitándome.
Reclinado sobre tu cuerpo, te tomé del culo y jugué con mi pija en la puerta de tu humedad. Dura, tiesa, se deslizaba hasta hacerte tope. Un suspiro al aire que llenó ese luminoso departamento tuyo y mis manos que se escurrían entre tu cintura para terminar agarrando tus tetas con firmeza. Estábamos bien dispuestos; mi pecho fusionado con tu espalda y mi cintura danzando una y otra vez contra tu cuerpo inmóvil. Una, dos, tres veces, cientos. Tus gritos comenzaron a llenar mi cuerpo de energía en tanto mi pija te llenaba a vos de insana lujuria. El ruido seco de mi ser golpeando contra tu culo acompañó a los minutos que se recorrían lentamente.
Te diste vuelta y pude verte de frente. Una pendeja ansiosa de más, más de mí, ansiosa de algo que no sea un sueño o alguna distracción. Esta vez fui yo el que te pidió que apoyaras tus manos en la mesada pero esta vez para poder sentarte. Mientras te quejabas del frío mármol en tu culo, con unas mínimas puntas de pie, te penetré mirándote a los ojos. Primero tomándome de la cabeza, para luego bajar por mi espalda hasta apretarme bien fuerte las nalgas, me acercaste hacia vos todo lo que pudiste y así empezamos nuevamente.
Cogíamos sin reparo. De tanto en cuanto me separaba tan solo para apreciar tu cuerpo entregado a la situación, entregado a mi pija que no dejaba de entrar y salir. De tanto en cuanto, arremetía con suma violencia tan solo para oírte gritar como lo puta que sos cuando me sentís dentro tuyo. Acabé y todo acabó. Desplomados caímos y todo se detuvo.
Transpirados nos abrazamos pensando solo en una cosa: Todos somos adictos a estos juegos de artificio.
~
Nuevo año... si.
Nueva apariencia... si.
Pero aparentemente seguimos siendo los mismos.